LITURGIA DE LA PALABRA
Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 8 de noviembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, con este sol bonito!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera: qué es lo que no debemos hacer. En la primera parte, Jesús señala tres defectos que se manifiestan en el estilo de vida de los escribas, maestros de la ley: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos –dice Jesús– les encanta «que les hagan reverencia en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (Mc 12, 38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para «devorar los bienes de las viudas» (v. 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, las personas más indefensas y desamparadas. Por último, los escribas «aparentan hacer largas oraciones» (v. 40). También hoy existe el riesgo de comportarse de esta forma. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
También la segunda parte del Evangelio de hoy va en esta línea. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como limosna. Hay muchos ricos que echan tantas monedas, y una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer e indica a los discípulos el fuerte contraste de la escena. Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha echado «todo lo que tenía para vivir» (v. 44); por ello –dice Jesús– ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere ir a la mitad con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué bonito ejemplo esa viejecita!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro para juzgar no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades cardíacas que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio.
Permitidme que cuente una anécdota, que sucedió en mi diócesis anterior. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo filetes empanados… En ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos –pequeños, 5, 6 años, y 7 años el más grande– viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos?». –«Démosle mamá…». –«De acuerdo». Toma el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada filete. «¡Ah, no, mamá no! ¡Así no! Dáselo del frigo». –«¡No, preparamos tres bocadillos con esto!». Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro que esa tarde tuvieron un poco de hambre… Pero, así se hace.
Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos –como esos niños, de la mitad del filete– de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, con el desconcierto de los discípulos, hace subir a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita.
Del Papa Benedicto XVI
Lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (Lec. I B).
PRIMERA LECTURA 1 Re 17, 10-16
La viuda preparó con su harina una pequeña torta y se la llevó a Elías
Lectura del primer libro de los Reyes.
En aquellos días, se alzó el profeta Elías y fue a Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer viuda recogía por allí leña.
Elías la llamó y le dijo:
«Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé».
Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:
«Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan».
Ella respondió:
«Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos».
Pero Elías le dijo:
«No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel:
“La orza de harina no se vaciará
la alcuza de aceite no se agotará
hasta el día en que el Señor conceda
lluvias sobre la tierra”».
Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia.
Por mucho tiempo la orza de harina no se yació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías.
Elías la llamó y le dijo:
«Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé».
Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:
«Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan».
Ella respondió:
«Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos».
Pero Elías le dijo:
«No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel:
“La orza de harina no se vaciará
la alcuza de aceite no se agotará
hasta el día en que el Señor conceda
lluvias sobre la tierra”».
Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia.
Por mucho tiempo la orza de harina no se yació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial Sal 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 (R.: 1b)
R.
Alaba, alma mía, al Señor. | Lauda ánima mea, Dóminum. |
O bien:Aleluya.
V. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R.
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R.
Alaba, alma mía, al Señor. | Lauda ánima mea, Dóminum. |
V. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R.
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R.
Alaba, alma mía, al Señor. | Lauda ánima mea, Dóminum. |
V.Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
Alaba, alma mía, al Señor. | Lauda ánima mea, Dóminum. |
SEGUNDA LECTURA Heb 9, 24-28
Cristo se ha ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos
Lectura de la carta a los Hebreos.
Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.
Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.
Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan.
Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.
Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Mt 5, 3
R.Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. R. | Beáti páuperes spíritu, quóniam ipsórum est regnum cælórum. |
EVANGELIO (forma larga) Mc 12, 38-44
Esa pobre viuda ha echado más que nadie
╬Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Palabra de Dios.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
EVANGELIO(forma breve) Mc 12, 41-44
Esta viuda pobre ha echado más que nadie
╬Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R.Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús, estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 8 de noviembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, con este sol bonito!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera: qué es lo que no debemos hacer. En la primera parte, Jesús señala tres defectos que se manifiestan en el estilo de vida de los escribas, maestros de la ley: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos –dice Jesús– les encanta «que les hagan reverencia en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (Mc 12, 38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para «devorar los bienes de las viudas» (v. 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, las personas más indefensas y desamparadas. Por último, los escribas «aparentan hacer largas oraciones» (v. 40). También hoy existe el riesgo de comportarse de esta forma. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
También la segunda parte del Evangelio de hoy va en esta línea. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como limosna. Hay muchos ricos que echan tantas monedas, y una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer e indica a los discípulos el fuerte contraste de la escena. Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha echado «todo lo que tenía para vivir» (v. 44); por ello –dice Jesús– ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere ir a la mitad con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué bonito ejemplo esa viejecita!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro para juzgar no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades cardíacas que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio.
Permitidme que cuente una anécdota, que sucedió en mi diócesis anterior. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo filetes empanados… En ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos –pequeños, 5, 6 años, y 7 años el más grande– viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos?». –«Démosle mamá…». –«De acuerdo». Toma el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada filete. «¡Ah, no, mamá no! ¡Así no! Dáselo del frigo». –«¡No, preparamos tres bocadillos con esto!». Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro que esa tarde tuvieron un poco de hambre… Pero, así se hace.
Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos –como esos niños, de la mitad del filete– de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, con el desconcierto de los discípulos, hace subir a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita.
Del Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 11 de noviembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
La Liturgia de la Palabra de este domingo nos ofrece como modelos de fe las figuras de dos viudas. Nos las presenta en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (1R 17, 10-16), la otra en el Evangelio de San Marcos (Mc 12, 41-44). Ambas mujeres son muy pobres, y precisamente en tal condición demuestran una gran fe en Dios. La primera aparece en el ciclo de los relatos sobre el profeta Elías, quien, durante un tiempo de carestía, recibe del Señor la orden de ir a la zona de Sidón, por lo tanto fuera de Israel, en territorio pagano. Allí encuentra a esta viuda y le pide agua para beber y un poco de pan. La mujer objeta que sólo le queda un puñado de harina y unas gotas de aceite, pero, puesto que el profeta insiste y le promete que, si le escucha, no faltarán harina y aceite, accede y se ve recompensada. A la segunda viuda, la del Evangelio, la distingue Jesús en el templo de Jerusalén, precisamente junto al tesoro, donde la gente depositaba las ofrendas. Jesús ve que esta mujer pone dos moneditas en el tesoro; entonces llama a los discípulos y explica que su óbolo es más grande que el de los ricos, porque, mientras que estos dan de lo que les sobra, la viuda dio "todo lo que tenía para vivir" (Mc 12, 44).
De estos dos episodios bíblicos, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre. Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo –como nos recordaba el Evangelio el domingo pasado–. El Papa san León Magno, cuya memoria celebramos ayer, afirma: "Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto" (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).
La Virgen María es ejemplo perfecto de quien se entrega totalmente confiando en Dios. Con esta fe ella dijo su "Heme aquí" al Ángel y acogió la voluntad del Señor. Que María nos ayude también a cada uno de nosotros, en este Año de la fe, a reforzar la confianza en Dios y en su Palabra.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo B. Trigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario.
Cristo ha entregado su vida por nosotros
Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
519 Toda la riqueza de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1Co 15, 3) y en su Resurrección para nuestra justificación (Rm 4, 25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15, 5; Flp 2, 5): él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia … Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.)
La pobreza de corazón
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a todo y a todos y les propone "renunciar a todos sus bienes" (Lc 14, 33) por él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 "Todos los cristianos… han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (LG 42).
2546 "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres de quienes es ya el Reino (Lc 6, 20):
El Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2Co 8, 9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (Lc 6, 24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1, 1). El abandono en la Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
La limosna
1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12, 8; Mt 6, 1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5, 20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1P 4, 8).
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).
1753 Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna; cf Mt 6, 2–4).
1969 La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al "Padre que ve en lo secreto" por oposición al deseo "de ser visto por los hombres" (cf Mt 6, 1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6, 9–13).
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25, 31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
"El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo (Lc 3, 11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11, 41). Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?" (St 2, 15-16; cf. 1Jn 3, 17).
Elías y la conversión del corazón
2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y después del Destierro.
2582 Elías es el padre de los profetas, "de la raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz" (Sal 24, 6). Su nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1R 18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La oración ferviente del justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1R 17, 7-24).
En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el holocausto "a la hora de la ofrenda de la tarde": "¡Respóndeme, Señor, respóndeme!" son las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales en la epíclesis eucarística (cf 1R 18, 20-39).
Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés "en la hendidura de la roca" hasta que "pasa" la presencia misteriosa de Dios (cf 1R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2Co 4, 6).
2584 En el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; Jr 15, 15-18; Jr 20, 7–18).
El juicio particular
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2Co 5, 8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; Hb 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).
"A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz, dichos 64).
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