Domingo 14 octubre 2018, Lecturas XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (Lec. I B).

PRIMERA LECTURA Sab 7, 7 11
Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza
Lectura del libro de la Sabiduría.

Supliqué y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos
y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena
y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza
y la preferí a la misma luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
tiene en sus manos riquezas incontables.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17 (R.: cf. 14)
R.
Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres. Reple nos misericórdia tua, Dómine, et exsultábimus.

V. Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando?
Ten compasión de tus siervos. R.
Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres. Reple nos misericórdia tua, Dómine, et exsultábimus.

V. Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.R.
Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres. Reple nos misericórdia tua, Dómine, et exsultábimus.

V. Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres. Reple nos misericórdia tua, Dómine, et exsultábimus.

SEGUNDA LECTURA Heb 4, 12-13
La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos:
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt 5, 3
R.Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. R. Beáti páuperes spíritu, quóniam ipsórum est regnum cælórum.

EVANGELIO(forma larga) Mc 10, 17-30
Vende lo que tienes y sígueme
Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

EVANGELIO(forma breve) Mc 10, 17-27
Vende lo que tienes y sígueme
Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque
era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 11 de octubre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de san Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.
La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un hombre que –según el pasaje paralelo de san Mateo– es identificado como «joven». El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿qué haré para heredar la vida eterna?», es decir, la felicidad (Mc 10, 17). «Vida eterna» no es sólo la vida del más allá, sino que es la vida plena, realizada, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. A este respecto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por eso su respuesta se traduce en una mirada intensa, llena de ternura y cariño. Así dice el Evangelio: «Jesús se lo quedó mirando, lo amó» (Mc 10, 21). Se dio cuenta de que era un buen joven. Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos dueños: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el empuje inicial del joven se desvanece en la infelicidad de un seguimiento naufragado.
En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas?» (Mc 10, 23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (Mc 10, 26), Jesús responde con una mirada de aliento –es la tercera mirada– y dice: la salvación, sí, es «imposible para los hombres, no para Dios» (Mc 10, 27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, Él nos da la salvación, Él nos acompaña en el camino.
Y así hemos llegado a la tercera escena, la de la solemne declaración de Jesús: En verdad os digo que quien deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y cien veces más ya en el presente (cf. Mc 10, 29-30). Este «cien veces más» está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas hasta el infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: «Hay más dicha en dar que en recibir» (cf. Hch 20, 35).
El joven no se dejó conquistar por la mirada de amor de Jesús, y así no pudo cambiar. Sólo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa. Y yo os pregunto a vosotros, jóvenes, chicos y chicas, que estáis ahora en la plaza: «¿Habéis sentido la mirada de Jesús sobre vosotros? ¿Qué le queréis responder? ¿Preferís dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que nos ofrece la mundanidad?».
Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede colmar nuestra sed de felicidad.
Audiencia general, Miércoles, 13 de junio de 2018.
Los mandamientos de la ley de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es la fiesta de san Antonio de Padua. ¿Quién de vosotros se llama Antonio? Un aplauso para todos los «Antonios». Empezamos hoy un nuevo itinerario de catequesis sobre el tema de los mandamientos. Los mandamientos de la ley de Dios. Para introducirlo nos inspiramos en el pasaje que acabamos de escuchar: el encuentro entre Jesús y un hombre –es un joven– que, arrodillado, le pregunta cómo poder heredar la vida eterna (cf. Mc 10, 17-21). Y en aquella pregunta está el desafío de cada existencia, también el nuestro: el deseo de una vida plena, infinita. Pero, ¿cómo hacer para llegar? ¿Qué sendero recorrer? Vivir de verdad, vivir una existencia noble… Cuántos jóvenes buscan «vivir» y después se destruyen yendo tras cosas efímeras.
Algunos piensan que es mejor apagar este impulso –el impulso de vivir– porque es peligroso. Quisiera decir, especialmente a los jóvenes: nuestro peor enemigo no son los problemas concretos, por serios y dramáticos que sean: el peligro más grande de la vida es un mal espíritu de adaptación que no es mansedumbre o humildad, sino mediocridad, algo pusilánime. ¿Un joven mediocre es un joven con futuro o no? ¡No! Permanece allí, no crece, no tendrá éxito. La mediocridad o la pusilanimidad. Aquellos jóvenes que tienen miedo de todo: «No, yo no soy así…». Estos jóvenes no irán adelante. Mansedumbre, fuerza y nada de pusilanimidad. El beato Pier Giorgio Frassati –que era un joven– decía que es necesario vivir, no ir tirando. Los mediocres van tirando. Vivir con la fuerza de la vida. Es necesario pedir al Padre celestial para los jóvenes de hoy el don de la sana inquietud. Pero, en casa, en vuestras casas, en cada familia, cuando se ve un joven que está sentado todo el día, a veces la madre y el padre piensan: «Pero este está enfermo, tiene algo» y lo llevan al médico. La vida del joven es ir adelante, ser inquieto, la sana inquietud, la capacidad de no conformarse con una vida sin belleza, sin color. Si los jóvenes no tienen hambre de una vida auténtica, me pregunto, ¿a dónde irá la humanidad? ¿A dónde irá la humanidad con jóvenes quietos y no inquietos?
La pregunta de aquel hombre del Evangelio que hemos escuchado está dentro de cada uno de nosotros: ¿Cómo se encuentra la vida, la vida en abundancia, la felicidad? Jesús responde: «Ya sabes los mandamientos» (Mc 10, 19) y cita una parte del Decálogo. Es un proceso pedagógico, con el que Jesús quiere guiar a un lugar preciso; de hecho, está ya claro, por su pregunta, que aquel hombre no tiene la vida plena, busca más, es inquieto. Por lo tanto, ¿qué debe entender? Dice: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud» (Mc 10, 20). ¿Cómo se pasa de la juventud a la madurez? Cuando se empiezan a aceptar los propios límites. Nos convertimos en adultos cuando se relativiza y se toma conciencia de «lo que falta» (cf. Mc 10, 21). Este hombre está obligado a reconocer que todo lo que puede «hacer» no supera un «techo», no va más allá de un margen. ¡Qué bonito ser hombres y mujeres! ¡Qué preciosa es nuestra existencia! Y también hay una verdad que en la historia de los últimos siglos el hombre ha rechazado a menudo, con trágicas consecuencias: la verdad de sus límites. Jesús, en el Evangelio, dice algo que nos puede ayudar: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5, 17). El Señor Jesús regala el cumplimiento, ha venido para esto. Ese hombre debía llegar al umbral de un salto, donde se abre la posibilidad de dejar de vivir de sí mismos, de las propias obras, de los propios bienes y –precisamente porque falta la vida plena– dejar todo para seguir al Señor. Mirándolo bien, en la invitación final de Jesús –inmenso, maravilloso– no está la propuesta de la pobreza, sino de la riqueza, esa verdadera: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10, 21).
¿Quién, pudiendo elegir entre un original y una copia, elegiría la copia? Este es el desafío: encontrar el original de la vida, no la copia. ¡Jesús no ofrece sustitutos, sino vida verdadera, amor verdadero, riqueza verdadera! ¿Cómo podrán los jóvenes seguirnos en la fe si no nos ven elegir el original, si nos ven adictos a las medias tintas? Es feo encontrar cristianos de medias tintas, cristianos –me permito la palabra– «enanos»; crecen hasta una cierta estatura y después no; cristianos con el corazón encogido, cerrado. Es feo encontrar esto. Es necesario el ejemplo de alguno que me invita a un «más allá», a un «más», a crecer un poco. San Ignacio lo llamaba el «magis», «el fuego, el fervor de la acción, que sacude a los soñolientos». El camino de eso que falta pasa por eso que está. Jesús no ha venido para abolir la Ley o a los Profetas sino para dar cumplimiento. Debemos partir de la realidad para hacer el salto en «eso que falta». Debemos escrutar lo ordinario para abrirnos a lo extraordinario.
En estas catequesis tomaremos las dos tablas de Moisés como cristianos, dando la mano a Jesús, para pasar de las ilusiones de la juventud al tesoro que está en el cielo, caminando detrás de Él. Descubriremos, en cada una de las leyes, antiguas y sabias, la puerta abierta del Padre que está en los cielos para que el Señor Jesús, que la ha atravesado, nos conduzca en la vida verdadera. Su vida. La vida de los hijos de Dios.

Del Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 14 de octubre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo (Mc 10, 17-30) tiene como tema principal el de la riqueza. Jesús enseña que para un rico es muy difícil entrar en el Reino de Dios, pero no imposible; en efecto, Dios puede conquistar el corazón de una persona que posee muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y a compartir con quien está necesitado, con los pobres, para entrar en la lógica del don. De este modo aquella se sitúa en el camino de Jesús, quien –como escribe el apóstol Pablo– "siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza" (2Co 8, 9). Como sucede a menudo en los evangelios, todo empieza con un encuentro: el de Jesús con uno que "era muy rico" (Mc 10, 22). Se trataba de una persona que desde su juventud observaba fielmente todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero todavía no había encontrado la verdadera felicidad; y por ello pregunta a Jesús qué hacer para "heredar la vida eterna" (v. 17). Por un lado es atraído, como todos, por la plenitud de la vida; por otro, estando acostumbrado a contar con las propias riquezas, piensa que también la vida eterna se puede "comprar" de algún modo, tal vez observando un mandamiento especial. Jesús percibe el deseo profundo que hay en esa persona y –apunta el evangelista– fija en él una mirada llena de amor: la mirada de Dios (cfr. v. 21). Pero Jesús comprende igualmente cuál es el punto débil de aquel hombre: es precisamente su apego a sus muchos bienes; y por ello le propone que dé todo a los pobres, de forma que su tesoro –y por lo tanto su corazón– ya no esté en la tierra, sino en el cielo, y añade: "¡Ven! ¡Sígueme!" (v. 22). Y aquél, sin embargo, en lugar de acoger con alegría la invitación de Jesús, se marchó triste (cf. v. 23) porque no consigue desprenderse de sus riquezas, que jamás podrán darle la felicidad ni la vida eterna.
Es en este momento cuando Jesús da a sus discípulos –y también a nosotros hoy– su enseñanza: "¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!" (v. 23). Ante estas palabras, los discípulos quedaron desconcertados; y más aún cuando Jesús añadió: "Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios". Pero al verlos atónitos, dijo: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo" (cf. vv. 24-27). Comenta san Clemente de Alejandría: "La parábola enseña a los ricos que no deben descuidar la salvación como si estuvieran ya condenados, ni deben arrojar al mar la riqueza ni condenarla como insidiosa y hostil a la vida, sino que deben aprender cómo utilizarla y obtener la vida" (¿Qué rico se salvará? 27, 1-2). La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas que utilizaron sus propios bienes de modo evangélico, alcanzando también la santidad. Pensemos en san Francisco, santa Isabel de Hungría o san Carlos Borromeo. Que la Virgen María, Trono de la Sabiduría, nos ayude a acoger con alegría la invitación de Jesús para entrar en la plenitud de la vida

CANONIZACIÓN, Basílica de San Pedro, Domingo 11 de octubre de 2009
DE LOS BEATOS
SEGISMUNDO FÉLIX FELINSKI (1822 - 1895)
FRANCISCO COLL Y GUITART (1812 - 1875)
JOSÉ DAMIÁN DE VEUSTER (1840 - 1889)
RAFAEL ARNÁIZ BARÓN (1911 - 1938)
MARÍA DE LA CRUZ (JUANA) JUGAN (1792 - 1879)
Queridos hermanos y hermanas:
"¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?". Con esta pregunta comienza el breve diálogo, que hemos oído en la página evangélica, entre una persona, identificada en otro pasaje como el joven rico, y Jesús (cf. Mc 10, 17-30). No conocemos muchos detalles sobre este anónimo personaje; sin embargo, con los pocos rasgos logramos percibir su deseo sincero de alcanzar la vida eterna llevando una existencia terrena honesta y virtuosa. De hecho conoce los mandamientos y los cumple fielmente desde su juventud. Pero todo esto, que ciertamente es importante, no basta –dice Jesús–; falta sólo una cosa, pero es algo esencial. Viendo entonces que tenía buena disposición, el divino Maestro lo mira con amor y le propone el salto de calidad, lo llama al heroísmo de la santidad, le pide que lo deje todo para seguirlo: "Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres... ¡y ven y sígueme!" (v. 21).
"¡Ven y sígueme!". He aquí la vocación cristiana que surge de una propuesta de amor del Señor, y que sólo puede realizarse gracias a una respuesta nuestra de amor. Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios. Los santos aceptan esta exigente invitación y emprenden, con humilde docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible, consiste en no ponerse ya ellos mismos en el centro, sino en optar por ir a contracorriente viviendo según el Evangelio. Así hicieron los cinco santos que hoy, con gran alegría, se presentan a la veneración de la Iglesia universal: Segismundo Félix Felinski, Francisco Coll y Guitart, José Damián de Veuster, Rafael Arnáiz Barón y María de la Cruz (Juana) Jugan. En ellos contemplamos realizadas las palabras del apóstol san Pedro: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (v. 28) y la consoladora confirmación de Jesús: "Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente..., con persecuciones, y en el mundo venidero, vida eterna" (vv. 29-30).
Segismundo Félix Felinski, arzobispo de Varsovia, fundador de la congregación de las Franciscanas de la Familia de María, fue un gran testigo de la fe y de la caridad pastoral en tiempos muy difíciles para la nación y para la Iglesia en Polonia. Se preocupó con celo del crecimiento espiritual de los fieles; ayudaba a los pobres y a los huérfanos. En la Academia eclesiástica de San Petersburgo cuidó una sólida formación de los sacerdotes. Como arzobispo de Varsovia impulsó a todos hacia una renovación interior. Antes de la insurrección de enero de 1863 contra la anexión rusa, alertó al pueblo del inútil derramamiento de sangre. Pero cuando estalló la sublevación y se desencadenaron las represiones, defendió valientemente a los oprimidos. Por orden del zar ruso pasó veinte años de destierro en Jaroslavl, junto al Volga, sin poder regresar jamás a su diócesis. En toda situación conservó una confianza inquebrantable en la Divina Providencia, y oraba así: "Oh Dios, protégenos no de las tribulaciones y de las preocupaciones de este mundo... Sólo multiplica el amor en nuestro corazón y haz que, con la humildad más profunda, mantengamos la infinita confianza en tu ayuda y en tu misericordia". Hoy, su entrega a Dios y a los hombres, llena de confianza y de amor, se convierte en un luminoso ejemplo para toda la Iglesia.
San Pablo nos recuerda en la segunda lectura que "la Palabra de Dios es viva y eficaz" (Hb 4, 12). En ella, el Padre, que está en el cielo, conversa amorosamente con sus hijos de todos los tiempos (cf. Dei verbum, 21), dándoles a conocer su infinito amor y, de este modo, alentarlos, consolarlos y ofrecerles su designio de salvación para la humanidad y para cada persona. Consciente de ello, san Francisco Coll se dedicó con ahínco a propagarla, cumpliendo así fielmente su vocación en la Orden de Predicadores, en la que profesó. Su pasión fue predicar, en gran parte de manera itinerante y siguiendo la forma de "misiones populares", con el fin de anunciar y reavivar por pueblos y ciudades de Cataluña la Palabra de Dios, ayudando así a las gentes al encuentro profundo con él. Un encuentro que lleva a la conversión del corazón, a recibir con gozo la gracia divina y a mantener un diálogo constante con nuestro Señor mediante la oración. Por eso, su actividad evangelizadora incluía una gran entrega al sacramento de la Reconciliación, un énfasis destacado en la Eucaristía y una insistencia constante en la oración. Francisco Coll llegaba al corazón de los demás porque trasmitía lo que él mismo vivía con pasión en su interior, lo que ardía en su corazón: el amor de Cristo, su entrega a él. Para que la semilla de la Palabra de Dios encontrara buena tierra, Francisco fundó la congregación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata, con el fin de dar una educación integral a niños y jóvenes, de modo que pudieran ir descubriendo la riqueza insondable que es Cristo, ese amigo fiel que nunca nos abandona ni se cansa de estar a nuestro lado, animando nuestra esperanza con su Palabra de vida.
José De Veuster, que en la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María recibió el nombre de Damián, a la edad de 23 años, en 1863 dejó su tierra natal, Flandes, para anunciar el Evangelio en el otro lado del mundo, en las islas Hawai. Su actividad misionera, que le dio tanta alegría, llegó a su cima en la caridad. No sin miedo ni repugnancia, eligió ir a la isla de Molokai al servicio de los leprosos que allí se encontraban, abandonados de todos; así se expuso a la enfermedad que padecían. Con ellos se sintió en casa. El servidor de la Palabra se convirtió de esta forma en un servidor sufriente, leproso con los leprosos, durante los últimos cuatro años de su vida.
Por seguir a Cristo, el padre Damián no sólo dejó su patria, sino que también arriesgó la salud: por ello –como dice la palabra de Jesús que se nos ha proclamado en el Evangelio de hoy– recibió la vida eterna (cf. Mc 10, 30).
En este vigésimo aniversario de la canonización de otro santo belga, el hermano Muciano María, la Iglesia en Bélgica se ha reunido una vez más para dar gracias a Dios por uno de sus hijos, reconocido como un auténtico servidor de Dios. Ante esta noble figura recordamos que la caridad es la que realiza la unidad: la genera y la hace deseable. Siguiendo a san Pablo, san Damián nos lleva a elegir los buenos combates (cf. 1Tm 1, 18), no los que conducen a la división, sino los que reúnen. Nos invita a abrir los ojos a las lepras que desfiguran la humanidad de nuestros hermanos y piden, todavía hoy, más que nuestra generosidad, la caridad de nuestra presencia de servidores.
A la figura del joven que presenta a Jesús sus deseos de ser algo más que un buen cumplidor de los deberes que impone la ley, volviendo al Evangelio de hoy, hace de contraluz el hermano Rafael, hoy canonizado, fallecido a los veintisiete años como Oblato en la trapa de San Isidro de Dueñas. También él era de familia acomodada y, como él mismo dice, de "alma un poco soñadora", pero cuyos sueños no se desvanecen ante el apego a los bienes materiales y a otras metas que la vida del mundo propone a veces con gran insistencia. Él dijo sí a la propuesta de seguir a Jesús, de manera inmediata y decidida, sin límites ni condiciones. De este modo inició un camino que, desde aquel momento en que se dio cuenta en el monasterio de que "no sabía rezar", le llevó en pocos años a las cumbres de la vida espiritual, que él relata con gran llaneza y naturalidad en numerosos escritos. El hermano Rafael, aún cercano a nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el amor de Dios. "Vida de amor... He aquí la única razón de vivir", dice el nuevo santo. E insiste: "Del amor de Dios sale todo". Que el Señor escuche benigno una de las últimas plegarias de san Rafael Arnáiz, cuando le entregaba toda su vida, suplicando: "Tómame a mí y date tú al mundo". Que se dé para reanimar la vida interior de los cristianos de hoy. Que se dé para que sus hermanos de la trapa y los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el íntimo anhelo de Dios que él ha puesto en cada corazón humano.
Con su admirable obra al servicio de las personas ancianas más necesitadas, santa María de la Cruz es a su vez un faro para guiar nuestras sociedades, que deben redescubrir siempre el lugar y la contribución única de este período de la vida. Nacida en 1792 en Cancale, en Bretaña, Juana Jugan se preocupó de la dignidad de sus hermanos y hermanas en la humanidad que la edad hacía vulnerables, reconociendo en ellos la persona misma de Cristo. "Mirad al pobre con compasión –decía– y Jesús os mirará con bondad en vuestro último día". Esta mirada compasiva a las personas ancianas, que procedía de su profunda comunión con Dios, Juana Jugan la mostró en su servicio alegre y desinteresado, ejercido con dulzura y humildad de corazón, deseando ser ella misma pobre entre los pobres. Juana vivió el misterio de amor aceptando, con paz, la oscuridad y el expolio hasta su muerte. Su carisma es siempre actual, pues muchas personas ancianas sufren múltiples pobrezas y soledad, a veces incluso abandonadas por sus familias. El espíritu de hospitalidad y de amor fraterno, fundado en una confianza ilimitada en la Providencia, cuya fuente Juana Jugan encontraba en las Bienaventuranzas, iluminó toda su existencia. Este impulso evangelizador prosigue hoy en todo el mundo en la congregación de las Hermanitas de los Pobres, que fundó y que, siguiendo su ejemplo, da testimonio de la misericordia de Dios y del amor compasivo del Corazón de Jesús por los más pequeños. Que santa Juana Jugan sea para las personas ancianas una fuente viva de esperanza y para cuantos se ponen generosamente a su servicio un fuerte estímulo para proseguir y desarrollar su obra.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de la santidad que hoy resplandece en la Iglesia con singular belleza. A la vez que os saludo con afecto a cada uno –cardenales, obispos, autoridades civiles y militares, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos de diversas nacionalidades que participáis en esta solemne celebración eucarística–, deseo dirigir a todos la invitación a dejarse atraer por los ejemplos luminosos de estos santos, a dejarse guiar por sus enseñanzas a fin de que toda nuestra vida se convierta en un canto de alabanza al amor de Dios. Que nos obtenga esta gracia su celestial intercesión y sobre todo la protección maternal de María, Reina de los santos y Madre de la humanidad. Amén.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo B. Vigésimo octavo domingo del Tiempo Ordinario.
Cristo, Palabra única de la Sagrada Escritura.
101 En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: "La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres " (DV 13).
102 A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1, 1-3):
Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal. 103, 4, 1).
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1Ts 2, 13). "En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia.
131 "Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual" (DV 21). "Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura" (DV 22).
132 "La Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad" (DV 24).
133 La Iglesia "recomienda insistentemente a todos los fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3, 8), 'pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo' (S. Jerónimo)" (DV 25).
Las Escrituras fuente para la oración.
2653 La Iglesia "recomienda insistentemente todos sus fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3, 8)… Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras' (San Ambrosio, off. 1, 88)" (DV 25).
2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación" (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).
El amor a los pobres
1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor:
"El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad… Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro… La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración" (Newman, mix. 5, sobre la santidad).
2536 El décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:
"Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14, 9)" (Catec. R. 3, 37)
2444 "El amor de la Iglesia por los pobres… pertenece a su constante tradición" (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8, 20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de "hacer partícipe al que se halle en necesidad" (Ef 4, 28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta:
Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5, 1-6).
2446 S. Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: "No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que tenemos no son nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1, 6). "Satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia" (AA 8):
"Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia" (S. Gregorio Magno, past. 3, 21).
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25, 31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
"El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo (Lc 3, 11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11, 41). Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?" (St 2, 15-16; cf. 1Jn 3, 17).

Post a Comment

Noviji Stariji

Iklan In-Feed (homepage)

" target="_blank">Responsive Advertisement