Domingo 19 mayo 2019, Lecturas V Domingo de Pascua, ciclo C.

TEXTOS MISA

V DOMINGO DE PASCUA

Monición de entrada
Año C
En nosotros se cumple la promesa del Señor «Dondequiera que estéis reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de vosotros». Así podemos dar testimonio de él con nuestro mutuo amor.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Domingo de la V semana de Pascua, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Hch 14, 21b-27
Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 144, 8-9. 10-11. 12-13ab (R.: cf. 1bc)
R.Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey.
Benedícam nómini tuo in saéculum, Deus meus rex.

V. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R.Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey.
Benedícam nómini tuo in saéculum, Deus meus rex.

V. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R.Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey.
Benedícam nómini tuo in saéculum, Deus meus rex.

V.Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
R.Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey.
Benedícam nómini tuo in saéculum, Deus meus rex.

SEGUNDA LECTURA Ap 21, 1-5a
Dios enjugará toda lágrima de sus ojos
Lectura del libro del Apocalipsis.

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Jn 13, 34
R.Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Os doy un mandamiento nuevo -dice el Señor-: que os améis unos a otros, como yo os he amado. R.
Mandátum novum do vobis, dicit Dóminus; ut diligátis invicem, sicut diléxi vos.

EVANGELIO13, 31-33a. 34-35
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
Homilía. Jubileo de los adolescentes.
Domingo 24 de abril de 2016.
«La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).
Queridos muchachos:
Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único "documento" válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. El único documento válido. Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro. Entonces os pregunto: ¿Queréis acoger la invitación de Jesús para ser sus discípulos? ¿Queréis ser sus amigos fieles? El amigo verdadero de Jesús se distingue principalmente por el amor concreto; no el amor "en las nubes", no, el amor concreto que resplandece en su vida. El amor es siempre concreto. Quien no es concreto y habla del amor está haciendo una telenovela, una telecomedia. ¿Queréis vivir este amor que él nos entrega? ¿Queréis o no queréis? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una escuela de vida para aprender a amar. Y esto es un trabajo de todos los días: aprender a amar.
Ante todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo: nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo, regalándonos algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse. Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores os han hecho, al dejaros venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es amor concreto. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las capacidades personales.
Miremos al Señor, que es insuperable en generosidad. Recibimos de él muchos dones, y cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera preguntaros: ¿Dais gracias al Señor todos los días? Aun cuando nos olvidemos, él se acuerda de hacernos cada día un regalo especial. No es un regalo material para tener entre las manos y usar, sino un don más grande para la vida. ¿Qué nos da el Señor? Nos regala su amistad fiel, que no la retirará jamás. El Señor es el amigo para siempre. Además, si tú lo decepcionas y te alejas de él, Jesús sigue amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo que tú crees en ti mismo. Esto es lo específico del amor que nos enseña Jesús. Y esto es muy importante. Porque la amenaza principal, que impide crecer bien, es cuando no importas a nadie –esto es triste–, cuando te sientes marginado. En cambio, el Señor está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo con sus discípulos jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente, atiente una respuesta, aguarda tu "sí".
Queridos chicos y chicas, a vuestra edad surge en vosotros de una manera nueva el deseo de afeccionaros y de recibir afecto. Si vais a la escuela del Señor, os enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Os pondrá en el corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: de querer a las personas sin desearlas como algo propio, sino dejándolas libres. Porque el amor es libre. No existe amor verdadero si no es libre. Esa libertad que el Señor nos da cuando nos ama. Él siempre está junto a nosotros. En efecto, siempre existe la tentación de contaminar el afecto con la pretensión instintiva de tomar, de "poseer" aquello que me gusta; y esto es egoísmo. Y también, la cultura consumista refuerza esta tendencia. Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se desgasta, se estropea; después se queda uno decepcionado con el vacío dentro. Si escucháis la voz del Señor, os revelará el secreto de la ternura: interesarse por otra persona, quiere decir respetarla, protegerla, esperarla. Y esta es la manifestación de la ternura y del amor.
En estos años de juventud percibís también un gran deseo de libertad. Muchos os dirán que ser libres significa hacer lo que se quiera. Pero en esto se necesita saber decir no. Si no sabes decir no, no eres libre. Libre es quien sabe decir sí y sabe decir no. La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad. En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien: esto es libertad. Es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a Dios, aun cuando sea fatigoso y no sea fácil. Pero yo creo que vosotros, jóvenes, no tenéis miedo al cansancio, sois valientes. Sólo con decisiones valientes y fuertes se realizan los sueños más grandes, esos por los que vale la pena dar la vida. Decisiones valientes y fuertes. No os contentéis con la mediocridad, con "ir tirando", estando cómodos y sentados; no confiéis en quien os distrae de la verdadera riqueza, que sois vosotros, cuando os digan que la vida es bonita sólo si se tienen muchas cosas; desconfiad de quien os quiera hacer creer que sois valiosos cuando os hacéis pasar por fuertes, como los héroes de las películas, o cuando lleváis vestidos a la última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un "app" que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más reciente podrá ayudaros a ser libres y grandes en el amor. La libertad es otra cosa.
Porque el amor es el don libre de quien tiene el corazón abierto; es una responsabilidad, pero una responsabilidad bella que dura toda la vida; es el compromiso cotidiano de quien sabe realizar grandes sueños. ¡Ay de los jóvenes que no saben soñar, que no se atreven a soñar! Si un joven, a vuestra edad, no es capaz de soñar, ya está jubilado, no sirve. El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en práctica. ¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro, y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, mirad la cruz del Señor, abrazadla y no dejad su mano, que os lleva hacia lo alto y os levanta cuando caéis. Durante la vida siempre se cae, porque somos pecadores, somos débiles. Pero está la mano de Jesús que nos levanta y nos eleva. Jesús nos quiere de pie. Esa palabra bonita que Jesús decía a los paralíticos: "levántate". Dios nos ha creado para estar de pie. Hay una canción hermosa que cantan los alpinos cuando suben a la montaña. La canción dice así: «en el arte de subir, lo importante no es no caer, sino no permanecer caído». Tener la valentía de levantarse, de dejarse levantar por la mano de Jesús. Y esta mano muchas veces viene a través de la mano de un amigo, de la mano de los padres, de la mano de aquellos que nos acompañan en la vida. También el mismo Jesús está allí. Levantaos. Dios os quiere de pie, siempre de pie.
Sé que sois capaces de gestos grandes de amistad y bondad. Estáis llamados a construir así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien. No se construye "contra": esto se llama destrucción. Haréis cosas maravillosas si os preparáis bien ya desde ahora, viviendo plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al cansancio. Haced como los campeones del mundo del deporte, que logran metas altas entrenándose con humildad y tenacidad todos los días. Que vuestro programa cotidiano sea las obras de misericordia: Entrenaos con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así seréis conocidos como discípulos de Jesús. Así tendréis el documento de identidad de cristianos. Y os aseguro: vuestra alegría será plena.
SANTA MISA Y CONFIRMACIÓN
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza San Pedro, V Domingo de Pascua, 28 de abril de 2013

Queridos hermanos y hermanas,
Queridos hermanos que vais a recibir el sacramento de la confirmación,
Bienvenidos:
Quisiera proponeros tres simples y breves pensamientos sobre los que reflexionar.
1. En la segunda lectura hemos escuchado la hermosa visión de san Juan: un cielo nuevo y una tierra nueva y después la Ciudad Santa que desciende de Dios. Todo es nuevo, transformado en bien, en belleza, en verdad; no hay ya lamento, luto… Ésta es la acción del Espíritu Santo: nos trae la novedad de Dios; viene a nosotros y hace nuevas todas las cosas, nos cambia. ¡El Espíritu nos cambia! Y la visión de san Juan nos recuerda que estamos todos en camino hacia la Jerusalén del cielo, la novedad definitiva para nosotros, y para toda la realidad, el día feliz en el que podremos ver el rostro del Señor, ese rostro maravilloso, tan bello del Señor Jesús. Podremos estar con Él para siempre, en su amor.
Veis, la novedad de Dios no se asemeja a las novedades mundanas, que son todas provisionales, pasan y siempre se busca algo más. La novedad que Dios ofrece a nuestra vida es definitiva, y no sólo en el futuro, cuando estaremos con Él, sino también ahora: Dios está haciendo todo nuevo, el Espíritu Santo nos transforma verdaderamente y quiere transformar, contando con nosotros, el mundo en que vivimos. Abramos la puerta al Espíritu, dejemos que Él nos guíe, dejemos que la acción continua de Dios nos haga hombres y mujeres nuevos, animados por el amor de Dios, que el Espíritu Santo nos concede. Qué hermoso si cada noche, pudiésemos decir: hoy en la escuela, en casa, en el trabajo, guiado por Dios, he realizado un gesto de amor hacia un compañero, mis padres, un anciano. ¡Qué hermoso!
2. Un segundo pensamiento: en la primera lectura Pablo y Bernabé afirman que «hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). El camino de la Iglesia, también nuestro camino cristiano personal, no es siempre fácil, encontramos dificultades, tribulación. Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo, y también dentro de nosotros, en el corazón. Pero las dificultades, las tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en la vida. No desanimarse. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vencer estas tribulaciones.
3. Y así llego al último punto. Es una invitación que dirijo a los que se van a confirmar y a todos: permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Esto también y sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece nuestra debilidad, enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona nuestro pecado. ¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales.
Novedad de Dios, tribulaciones en la vida, firmes en el Señor. Queridos amigos, abramos de par en par la puerta de nuestra vida a la novedad de Dios que nos concede el Espíritu Santo, para que nos transforme, nos fortalezca en la tribulación, refuerce nuestra unión con el Señor, nuestro permanecer firmes en Él: ésta es una alegría auténtica. Que así sea.


Papa Benedicto XVI
Homilía, Turin, Plaza "San Carlo", Domingo 2 de mayo de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
(...) Estamos en el tiempo pascual, que es el tiempo de la glorificación de Jesús. El Evangelio que acabamos de escuchar nos recuerda que esta glorificación se realizó mediante la pasión. En el misterio pascual pasión y glorificación están estrechamente vinculadas entre sí, forman una unidad inseparable. Jesús afirma: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él" (Jn 13, 31) y lo hace cuando Judas sale del Cenáculo para cumplir su plan de traición, que llevará al Maestro a la muerte: precisamente en ese momento comienza la glorificación de Jesús. El evangelista san Juan lo da a entender claramente: de hecho, no dice que Jesús fue glorificado sólo después de su pasión, por medio de la resurrección, sino que muestra que su glorificación comenzó precisamente con la pasión. En ella Jesús manifiesta su gloria, que es gloria del amor, que entrega toda su persona. Él amó al Padre, cumpliendo su voluntad hasta el final, con una entrega perfecta; amó a la humanidad dando su vida por nosotros. Así, ya en su pasión es glorificado, y Dios es glorificado en él. Pero la pasión –como expresión realísima y profunda de su amor– es sólo un inicio. Por esto Jesús afirma que su glorificación también será futura (cf. v. 32). Después el Señor, en el momento de anunciar que deja este mundo (cf. v. 33), casi como testamento da a sus discípulos un mandamiento para continuar de modo nuevo su presencia en medio de ellos: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (v. 34). Si nos amamos los unos a los otros, Jesús sigue estando presente entre nosotros, y sigue siendo glorificado en el mundo.
Jesús habla de un "mandamiento nuevo". ¿Cuál es su novedad? En el Antiguo Testamento Dios ya había dado el mandato del amor; pero ahora este mandamiento es nuevo porque Jesús añade algo muy importante: "Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros". Lo nuevo es precisamente este "amar como Jesús ha amado". Todo nuestro amar está precedido por su amor y se refiere a este amor, se inserta en este amor, se realiza precisamente por este amor. El Antiguo Testamento no presentaba ningún modelo de amor, sino que formulaba solamente el precepto de amar. Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como modelo y como fuente de amor. Se trata de un amor sin límites, universal, capaz de transformar también todas las circunstancias negativas y todos los obstáculos en ocasiones para progresar en el amor. Y en los santos de esta ciudad vemos la realización de este amor, siempre desde la fuente del amor de Jesús.
En los siglos pasados la Iglesia que está en Turín ha conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a los hermanos –como han recordado el cardenal arzobispo y el señor alcalde– gracias a la obra de celosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa, y de fieles laicos. Las palabras de Jesús adquieren una resonancia especial para esta Iglesia de Turín, una Iglesia generosa y activa, comenzando por sus sacerdotes. Al darnos el mandamiento nuevo, Jesús nos pide vivir su mismo amor, vivir de su mismo amor, que es el signo verdaderamente creíble, elocuente y eficaz para anunciar al mundo la venida del reino de Dios. Obviamente, sólo con nuestras fuerzas somos débiles y limitados. En nosotros permanece siempre una resistencia al amor y en nuestra existencia hay muchas dificultades que provocan divisiones, resentimientos y rencores. Pero el Señor nos ha prometido estar presente en nuestra vida, haciéndonos capaces de este amor generoso y total, que sabe vencer todos los obstáculos, también los que radican en nuestro corazón. Si estamos unidos a Cristo, podemos amar verdaderamente de este modo. Amar a los demás como Jesús nos ha amado sólo es posible con la fuerza que se nos comunica en la relación con él, especialmente en la Eucaristía, en la que se hace presente de modo real su sacrificio de amor que genera amor: es la verdadera novedad en el mundo y la fuerza de una glorificación permanente de Dios, que se glorifica en la continuidad del amor de Jesús en nuestro amor.
Quiero dirigir ahora unas palabras de aliento en particular a los sacerdotes y a los diáconos de esta Iglesia, que se dedican con generosidad al trabajo pastoral, así como a los religiosos y a las religiosas. A veces, ser obreros en la viña del Señor puede ser arduo, los compromisos se multiplican, las exigencias son muchas y no faltan los problemas: aprended a sacar diariamente de la relación de amor con Dios en la oración la fuerza para llevar el anuncio profético de salvación; volved a centrar vuestra existencia en lo esencial del Evangelio; cultivad una dimensión real de comunión y de fraternidad dentro del presbiterio, de vuestras comunidades, en las relaciones con el pueblo de Dios; testimoniad en el ministerio el poder del amor que viene de lo Alto, viene del Señor presente entre nosotros.
La primera lectura que hemos escuchado nos presenta precisamente un modo especial de glorificación de Jesús: el apostolado y sus frutos. Pablo y Bernabé, al término de su primer viaje apostólico, regresan a las ciudades que ya habían visitado y alientan de nuevo a los discípulos, exhortándolos a permanecer firmes en la fe, porque, como ellos dicen, "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hch 14, 22). La vida cristiana, queridos hermanos y hermanas, no es fácil; sé que tampoco en Turín faltan dificultades, problemas, preocupaciones: pienso, en particular, en quienes viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad, a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral; pienso en las familias, en los jóvenes, en las personas ancianas que con frecuencia viven en soledad, en los marginados, en los inmigrantes. Sí, la vida lleva a afrontar muchas dificultades, muchos problemas, pero lo que permite afrontar, vivir y superar el peso de los problemas cotidianos es precisamente la certeza que nos viene de la fe, la certeza de que no estamos solos, de que Dios nos ama a cada uno sin distinción y está cerca de cada uno con su amor. El amor universal de Cristo resucitado fue lo que impulsó a los Apóstoles a salir de sí mismos, a difundir la Palabra de Dios, a dar su vida sin reservas por los demás, con valentía, alegría y serenidad. Cristo resucitado posee una fuerza de amor que supera todo límite, no se detiene ante ningún obstáculo. Y la comunidad cristiana, especialmente en las realidades de mayor compromiso pastoral, deber ser instrumento concreto de este amor de Dios.
Exhorto a las familias a vivir la dimensión cristiana del amor en las acciones cotidianas sencillas, en las relaciones familiares, superando divisiones e incomprensiones, cultivando la fe que hace todavía más firme la comunión. Que en el rico y variado mundo de la Universidad y de la cultura tampoco falte el testimonio del amor del que nos habla el Evangelio de hoy, con la capacidad de escucha atenta y de diálogo humilde en la búsqueda de la Verdad, seguros de que es la Verdad misma la que nos sale al encuentro y nos aferra. Deseo también alentar el esfuerzo, a menudo difícil, de quien está llamado a administrar el sector público: la colaboración para buscar el bien común y hacer que la ciudad sea cada vez más humana y habitable es una señal de que el pensamiento cristiano sobre el hombre nunca va contra su libertad, sino en favor de una mayor plenitud que sólo encuentra su realización en una "civilización del amor". A todos, en particular a los jóvenes, quiero decir que no pierdan nunca la esperanza, la que viene de Cristo resucitado, de la victoria de Dios sobre el pecado, sobre el odio y sobre la muerte.
La segunda lectura de hoy nos muestra precisamente el resultado final de la resurrección de Jesús: es la nueva Jerusalén, la ciudad santa, que desciende del cielo, de Dios, engalanada como una esposa ataviada para su esposo (cf. Ap 21, 2). Aquel que fue crucificado, que compartió nuestro sufrimiento, como nos recuerda también, de manera elocuente, la Sábana Santa, ha resucitado y nos quiere reunir a todos en su amor. Se trata de una esperanza estupenda, "fuerte", sólida, porque, como dice el libro del Apocalipsis: "(Dios) enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4). ¿Acaso la Sábana Santa no comunica el mismo mensaje? En ella vemos reflejados como en un espejo nuestros padecimientos en los sufrimientos de Cristo: "Passio Christi. Passio hominis". Precisamente por esto la Sábana Santa es un signo de esperanza: Cristo afrontó la cruz para atajar el mal; para hacernos entrever, en su Pascua, la anticipación del momento en que para nosotros enjugará toda lágrima y ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos ni fatigas.
El pasaje del Apocalipsis termina con la afirmación: "Dijo el que está sentado en el trono: "Mira que hago un mundo nuevo"" (Ap 21, 5). Lo primero absolutamente nuevo realizado por Dios fue la resurrección de Jesús, su glorificación celestial, la cual es el inicio de toda una serie de "cosas nuevas", a las que pertenecemos también nosotros. "Cosas nuevas" son un mundo lleno de alegría, en el que ya no hay sufrimientos ni vejaciones, ya no hay rencor ni odio, sino sólo el amor que viene de Dios y que lo transforma todo.
Querida Iglesia que está en Turín, he venido entre vosotros para confirmaros en la fe. Deseo exhortaros, con fuerza y con afecto, a permanecer firmes en la fe que habéis recibido, que da sentido a la vida, que da fuerza para amar; a no perder nunca la luz de la esperanza en Cristo resucitado, que es capaz de transformar la realidad y hacer nuevas todas las cosas; a vivir de modo sencillo y concreto el amor de Dios en la ciudad, en los barrios, en las comunidades, en las familias: "Como yo os he amado, así amaos los unos a los otros".

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
CICLO C. Quinto domingo de Pascua.
La oración de Cristo en la Última Cena
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su "paso" [pascua] hacia el Padre donde él es "consagrado" enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la "hora de Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 22. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4. 6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento" indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.
como yo os he amado”
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos "hasta el fin" (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15, 9). Y también: "Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).
2074 Jesús dice: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).
2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los mandamientos, Jesús responde: "El primero es: `Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas'. El segundo es: `Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No existe otro mandamiento mayor que estos" (Mc 12, 29-31).
El apóstol S. Pablo lo recuerda: "El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Rm 13, 8-10).
2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
Los cielos nuevos y la tierra nueva
756"También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios (1Co 3, 9). El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42 par. ; cf. Hch 4, 11; 1P 2, 7; Sal 118, 22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf. 1Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios (1Tm 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1P 2, 5). San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecida para su esposo (Ap 21, 1-2)".
865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (cf Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14).
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
"La Iglesia … sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo… cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo" (LG 48)
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. Ap 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
"Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios … en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción … Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo" (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048"Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1Co 15, 22), en la vida eterna:
"La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna" (San Cirilo de Jerusalén, catech. Ill. 18, 29).
2016 Los hijos de nuestra madre la Santa Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la "bienaventurada esperanza" de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la "Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21, 2).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":
"Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!" (Tertuliano, or. 5).

Monición al Credo
Se diceCredo. Puede introducirse con la siguiente monición.
La noticia de la Pascua es el eje central que recorre y unifica los artículos del Credo. Confesemos nuestra fe.

Oración de los fieles
Año C
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él está siempre con nosotros.
-Por la Iglesia, morada de Dios con los hombres, para que, observando el mandamiento nuevo, sea en medio del mundo signo de esperanza de la nueva tierra que Cristo ha inaugurado. Roguemos al Señor.
-Por todos los que trabajan por un mundo mejor, para que la victoria de Cristo aliente sus esfuerzos. Roguemos al Señor.
-Por todos los que sufren, para que sean enjugadas las lágrimas de sus ojos. Roguemos al Señor.
-Por nosotros, aquí reunidos, para que, amándonos unos a otros, el mundo pueda reconocernos como discípulos de Cristo. Roguemos al Señor.
CONCÉDENOS, Padre nuestro, lo que te pedimos, y haz que cumplamos el mandamiento nuevo de tu Hijo, amándonos como él nos ha amado. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.

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