TEXTOS MISA
Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procédit de ore Dei.
VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA FRANCISCO A MÉXICO
SANTA MISA EN EL ÁREA DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE ECATEPEC
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Domingo 14 de febrero de 2016
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o en un «cajón de los recuerdos». Este tiempo de cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.
Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único, pero no sabe generar y criar «hijos únicos». Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro, no del «padre mío» y «padrastro vuestro».
En cada uno de nosotros anida, vive, ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy.
Cuaresma, tiempo de conversión, porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira —escuchamos en el Evangelio lo que hacía con Jesús—, por aquel que busca separarnos, generando una familia dividida y enfrentada. Una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos. Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta de que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena.
Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.
Las tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados.
Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.
Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, y, «haciendo leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias te doy, Señor, porque no me has hecho como ellos».
Tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado.
Vale la pena que nos preguntemos:
¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos?
¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?
¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuente de alegría y esperanza?
Hemos optado por Jesús y no por el demonio. Si nos acordamos de lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con las palabras de Dios, con las palabras de la Escritura. Porque, hermanas y hermanos, metámoslo en la cabeza, con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la Palabra de Dios lo puede derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio; queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». ¿Se animan a repetirlo juntos? Tres veces: «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío».
Que en esta Eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús», sabiendo que con Él y en Él «siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).
I DOMINGO DE CUARESMA
Este domingo se celebra el rito «de la elección» o «de la inscripción del nombre» para los catecúmenos que en la Vigilia pascual serán admitidos a los sacramentos de la Iniciación cristiana, con oraciones e intercesiones propias.
Antífona de entrada Sal 90, 15-16
Me invocará y lo escucharé; lo defenderé, lo glorificaré; lo saciaré de largos días.
Invocábit me, et ego exáudiam eum; erípiam eum, et glorificábo eum, longitúdine diérum adimplébo eum.
Monición de entrada
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, tiempo que nos prepara a la solemnidad de la Pascua: a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
En la Cuaresma estamos llamados a tomar conciencia de lo que significa haber recibido el bautismo, para renovar nuestros compromisos bautismales en la noche santa de la resurrección del Señor.
En la Cuaresma estamos llamados a tomar conciencia de lo que significa haber recibido el bautismo, para renovar nuestros compromisos bautismales en la noche santa de la resurrección del Señor.
Dios nos dice por medio del profeta estas palabras: «Yo traeré a mi pueblo al desierto y le hablaré al corazón». Como el pueblo de Israel en su caminar por el desierto hacia la tierra prometida, como Cristo en el desierto de Judea, así nosotros entramos en el desierto de la Cuaresma, para escuchar la Palabra de Dios, orar profundamente y convertirnos de nuestros pecados.
La celebración de hoy y de los próximos domingos nos ayudará a vivir la experiencia cuaresmal.
No se diceGloria.
Oración colecta
Dios todopoderoso, por medio de las prácticas anuales del sacramento cuaresmal concédenos progresar en el conocimiento del misterio de Cristo, y conseguir sus frutos con una conducta digna. Por nuestro Señor Jesucristo.
Concéde nobis, omnípotens Deus, ut, per ánnua quadragesimális exercítia sacraménti, et ad intellegéndum Christi proficiámus arcánum, et efféctus eius digna conversatióne sectémur. Per Dóminum.
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del I Domingo de Cuaresma (Lec. I C).
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del I Domingo de Cuaresma (Lec. I C).
PRIMERA LECTURA Dt 26, 4-10
Profesión de fe del pueblo elegido
Lectura del libro del Deuteronomio.
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios:
“Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso.
Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”.
Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios:
“Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso.
Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”.
Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial Sal 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15 (R.: cf. 15b)
R.Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Esto mecum Dómine, in tribulatióne.
V.Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti».
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti».
R.Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Esto mecum Dómine, in tribulatióne.
V.No se acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.
R.Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Esto mecum Dómine, in tribulatióne.
V.Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.
R.Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Esto mecum Dómine, in tribulatióne.
V.«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre;
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré».
lo protegeré porque conoce mi nombre;
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré».
R.Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Esto mecum Dómine, in tribulatióne.
Esto mecum Dómine, in tribulatióne.
SEGUNDA LECTURARom 10, 8-13
Profesión de fe del que cree en Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
Hermanos:
¿Qué dice la Escritura?
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
«Nadie que crea en él quedará confundido».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
¿Qué dice la Escritura?
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
«Nadie que crea en él quedará confundido».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Versículo antes del EvangelioMt 4, 4b
No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procédit de ore Dei.
EVANGELIOLc 4, 1-13
El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado
╬Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos de! mundo y le dijo:
«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos de! mundo y le dijo:
«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA FRANCISCO A MÉXICO
SANTA MISA EN EL ÁREA DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE ECATEPEC
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Domingo 14 de febrero de 2016
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o en un «cajón de los recuerdos». Este tiempo de cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.
Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único, pero no sabe generar y criar «hijos únicos». Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro, no del «padre mío» y «padrastro vuestro».
En cada uno de nosotros anida, vive, ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy.
Cuaresma, tiempo de conversión, porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira —escuchamos en el Evangelio lo que hacía con Jesús—, por aquel que busca separarnos, generando una familia dividida y enfrentada. Una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos. Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta de que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena.
Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.
Las tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados.
Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.
Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, y, «haciendo leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias te doy, Señor, porque no me has hecho como ellos».
Tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado.
Vale la pena que nos preguntemos:
¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos?
¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?
¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuente de alegría y esperanza?
Hemos optado por Jesús y no por el demonio. Si nos acordamos de lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con las palabras de Dios, con las palabras de la Escritura. Porque, hermanas y hermanos, metámoslo en la cabeza, con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la Palabra de Dios lo puede derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio; queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». ¿Se animan a repetirlo juntos? Tres veces: «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío».
Que en esta Eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús», sabiendo que con Él y en Él «siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).
ÁNGELUS, Área del Centro de Estudios de Ecatepec
Domingo 14 de febrero 2016
Queridos hermanos:
En la primera lectura de este domingo, Moisés le da una recomendación al pueblo. En el momento de la cosecha, en el momento de la abundancia, en el momento de las primicias no te olvides de tus orígenes, no te olvides de dónde venís. La acción de gracias nace y crece en una persona y en un pueblo que sea capaz de hacer memoria. Tiene sus raíces en el pasado, que entre luces y sombras fue gestando el presente. En el momento que podemos dar gracias a Dios porque la tierra ha dado su fruto, y así poder producir el pan, Moisés invita a su pueblo a ser memorioso enumerando las situaciones difíciles por las cuales ha tenido que atravesar (cf. Dt 26,5-11).
En este día de fiesta, en este día podemos celebrar lo bueno que el Señor ha sido con nosotros. Damos gracias por la oportunidad de estar reunidos presentándole al Buen Padre las primicias de nuestros hijos, nietos, de nuestros sueños y proyectos. Las primicias de nuestras culturas, de nuestras lenguas y de nuestras tradiciones. Las primicias de nuestros desvelos…
Cuánto ha tenido que pasar cada uno de ustedes para llegar hasta acá, cuánto han tenido que «caminar» para hacer de este día una fiesta, una acción de gracias. Cuánto han caminado otros que no han podido llegar pero gracias a ellos nosotros hemos podido seguir andando.
Hoy, siguiendo la invitación de Moisés, queremos como pueblo hacer memoria, queremos ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por su Pueblo, en su Pueblo. Queremos mirar a nuestros hijos sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una lengua, una cultura y una tradición, sino que heredarán también el fruto vivo de la fe que recuerda el paso seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su cercanía y de su solidaridad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y esperar con ganas la aurora.
Con ustedes, también me uno a esta memoria agradecida. A este recuerdo vivo del paso de Dios por sus vidas. Mirando a sus hijos no puedo no dejar de hacer mías las palabras que un día les dirigió el beato Pablo VI al pueblo mexicano: «Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad [...] para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable, […] no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones». Y luego prosigue el beato Pablo VI con una invitación a «estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos [...] para mejorar la situación de los que sufren necesidad», a ver «en cada hombre un hermano y, en cada hermano, a Cristo» (Radiomensaje en el 75 aniversario de la Coronación de Ntra. Sra. de Guadalupe 12 octubre 1970).
Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.
Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte.
Esta tierra tiene sabor a Guadalupana, la que siempre es Madre se nos adelantó en el amor, y digámosle desde el corazón:
Virgen Santa, «ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (Evangelii gaudium, 288).
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 21 de febrero de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el rito penitencial de la Ceniza, comenzamos la Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de este primer domingo, con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas narra que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, "lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo" (Lc 4, 1-2). Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en él. Cristo vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con declaraciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo vale para todos: el mundo se mejora comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra propia vida.
De las tres tentaciones que Satanás plantea a Jesús, la primera tiene su origen en el hambre, es decir, en la necesidad material: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: "No sólo de pan vive el hombre" (Lc 4, 3-4; cf. Dt 8, 3). Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote, me adoras. Es el engaño del poder, que Jesús desenmascara y rechaza: "Al Señor, tu Dios adorarás, y a él solo darás culto" (cf. Lc 4, 5-8; Dt 6, 13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús que realice un milagro espectacular: que se arroje desde los altos muros del Templo y deje que lo salven los ángeles, para que todos crean en él. Pero Jesús responde que no hay que tentar a Dios (cf. Dt 6, 16). No podemos "hacer experimentos" con la respuesta y la manifestación de Dios: debemos creer en él. No debemos hacer de Dios "materia" de "nuestro experimento".
Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios humanos el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro ser. También esta es una enseñanza fundamental para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador. Además, de toda la narración surge claramente la imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del mal para ser inmortales, sin Dios.
La Cuaresma es como un largo "retiro" durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de "combate" espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y con fruto este tiempo de gracia. Que interceda en particular por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos los ejercicios espirituales.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
- Por todos los creyentes que toman en serio la catequesis de adultos: para que crezcan y maduren en la fe. Roguemos al Señor.
- Por los pueblos que, por carencia de medios, no pueden solucionar sus graves problemas, para que encuentren la ayuda fraterna de los países más desarrollados. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, que hemos escuchado «no sólo de pan vive el hombre», para que se nos despierte el hambre de la Palabra de Dios. Roguemos al Señor.
Domingo 14 de febrero 2016
Queridos hermanos:
En la primera lectura de este domingo, Moisés le da una recomendación al pueblo. En el momento de la cosecha, en el momento de la abundancia, en el momento de las primicias no te olvides de tus orígenes, no te olvides de dónde venís. La acción de gracias nace y crece en una persona y en un pueblo que sea capaz de hacer memoria. Tiene sus raíces en el pasado, que entre luces y sombras fue gestando el presente. En el momento que podemos dar gracias a Dios porque la tierra ha dado su fruto, y así poder producir el pan, Moisés invita a su pueblo a ser memorioso enumerando las situaciones difíciles por las cuales ha tenido que atravesar (cf. Dt 26,5-11).
En este día de fiesta, en este día podemos celebrar lo bueno que el Señor ha sido con nosotros. Damos gracias por la oportunidad de estar reunidos presentándole al Buen Padre las primicias de nuestros hijos, nietos, de nuestros sueños y proyectos. Las primicias de nuestras culturas, de nuestras lenguas y de nuestras tradiciones. Las primicias de nuestros desvelos…
Cuánto ha tenido que pasar cada uno de ustedes para llegar hasta acá, cuánto han tenido que «caminar» para hacer de este día una fiesta, una acción de gracias. Cuánto han caminado otros que no han podido llegar pero gracias a ellos nosotros hemos podido seguir andando.
Hoy, siguiendo la invitación de Moisés, queremos como pueblo hacer memoria, queremos ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por su Pueblo, en su Pueblo. Queremos mirar a nuestros hijos sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una lengua, una cultura y una tradición, sino que heredarán también el fruto vivo de la fe que recuerda el paso seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su cercanía y de su solidaridad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y esperar con ganas la aurora.
Con ustedes, también me uno a esta memoria agradecida. A este recuerdo vivo del paso de Dios por sus vidas. Mirando a sus hijos no puedo no dejar de hacer mías las palabras que un día les dirigió el beato Pablo VI al pueblo mexicano: «Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad [...] para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable, […] no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones». Y luego prosigue el beato Pablo VI con una invitación a «estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos [...] para mejorar la situación de los que sufren necesidad», a ver «en cada hombre un hermano y, en cada hermano, a Cristo» (Radiomensaje en el 75 aniversario de la Coronación de Ntra. Sra. de Guadalupe 12 octubre 1970).
Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.
Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte.
Esta tierra tiene sabor a Guadalupana, la que siempre es Madre se nos adelantó en el amor, y digámosle desde el corazón:
Virgen Santa, «ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (Evangelii gaudium, 288).
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 21 de febrero de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el rito penitencial de la Ceniza, comenzamos la Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de este primer domingo, con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas narra que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, "lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo" (Lc 4, 1-2). Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en él. Cristo vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con declaraciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo vale para todos: el mundo se mejora comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra propia vida.
De las tres tentaciones que Satanás plantea a Jesús, la primera tiene su origen en el hambre, es decir, en la necesidad material: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: "No sólo de pan vive el hombre" (Lc 4, 3-4; cf. Dt 8, 3). Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote, me adoras. Es el engaño del poder, que Jesús desenmascara y rechaza: "Al Señor, tu Dios adorarás, y a él solo darás culto" (cf. Lc 4, 5-8; Dt 6, 13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús que realice un milagro espectacular: que se arroje desde los altos muros del Templo y deje que lo salven los ángeles, para que todos crean en él. Pero Jesús responde que no hay que tentar a Dios (cf. Dt 6, 16). No podemos "hacer experimentos" con la respuesta y la manifestación de Dios: debemos creer en él. No debemos hacer de Dios "materia" de "nuestro experimento".
Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios humanos el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro ser. También esta es una enseñanza fundamental para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador. Además, de toda la narración surge claramente la imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del mal para ser inmortales, sin Dios.
La Cuaresma es como un largo "retiro" durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de "combate" espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y con fruto este tiempo de gracia. Que interceda en particular por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos los ejercicios espirituales.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
A. El Evangelio del I domingo de Cuaresma
58. No es difícil para los fieles relacionar los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto con los días de la Cuaresma. Sería conveniente que el homileta explicitara esta conexión, con el fin de que el pueblo cristiano comprenda cómo la Cuaresma, cada año, hace a los fieles misteriosamente partícipes de estos cuarenta días de Jesús y de lo que él sufrió y obtuvo, mediante el ayuno y el haber sido tentado. Mientras es costumbre para los católicos empeñarse en diversas prácticas penitenciales y de devoción durante este tiempo, es importante subrayar la realidad profundamente sacramental de toda la Cuaresma. En la oración colecta del I domingo de Cuaresma aparece, de suyo, esta significativa expresión: «per annua quadragesimalis exercitia sacramenti». El mismo Cristo está presente y operante en la Iglesia en este tiempo santo, y es su obra purificadora en los miembros de su Cuerpo la que da valor salvífico a nuestras prácticas penitenciales. El prefacio asignado para este domingo afirma maravillosamente esta idea, diciendo: «El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal». El lenguaje del prefacio hace de puente entre la Escritura y la Eucaristía.
59. Los cuarenta días de Jesús evocan los cuarenta años de peregrinación de Israel por el desierto; toda la historia de Israel se recrea en él. Por ello aparece como una escena en la que se concentra uno de los mayores temas de este Directorio: la historia de Israel, que corresponde con la historia de nuestra vida, encuentra su sentido definitivo en la Pasión sufrida por Jesús. La Pasión se inicia, en un cierto sentido, en el desierto, al comienzo, metafóricamente hablando, de la vida pública de Jesús. Desde el principio, por tanto, Jesús va al encuentro de la Pasión y aquí encuentra significado todo lo que sigue.
60. Un párrafo del Catecismo de la Iglesia Católica puede revelarse útil en la preparación de las homilías, en particular para afrontar temas doctrinales enraizados en el texto bíblico. A propósito de las tentaciones de Jesús, el Catecismo afirma: «Los evangelios indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre» (CEC 539).
61. Las tentaciones a las que Jesús se ve sometido representan la lucha contra una comprensión equivocada de su misión mesiánica. El diablo le impulsa a mostrarse un Mesías que despliega los propios poderes divinos: «Si tú eres Hijo de Dios.» iniciaba el tentador. El que profetiza la lucha decisiva que Jesús tendrá que afrontar en la cruz, cuando oirá las palabras de mofa: «¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Jesús no cede a las tentaciones de Satanás, ni se baja de la cruz. Es exactamente de esta manera como Jesús da prueba de entrar verdaderamente en el desierto de la existencia humana y no usa su poder divino en beneficio propio. Él acompaña verdaderamente nuestra peregrinación terrena y revela el poder real de Dios, el de amarnos «hasta el extremo» (Jn 13, 1).
62. El homileta debería subrayar que Jesús está sometido a la tentación y a la muerte por solidaridad con nosotros. Pero la Buena Noticia que el homileta anuncia, no es solo la solidaridad de Jesús con nosotros en el sufrimiento; anuncia, también, la victoria de Jesús sobre la tentación y sobre la muerte, victoria que comparte con todos los que creen en él. La garantía decisiva de que tal victoria sea compartida por todos los creyentes será la celebración de los Sacramentos Pascuales en la Vigilia pascual, hacia la que ya está orientado el primer domingo de Cuaresma. El homileta se mueve en la misma dirección.
63. Jesús ha resistido a la tentación del demonio que le inducía a transformar las piedras en pan, pero, al final y de un modo que la mente humana no habría nunca podido imaginar, con su Resurrección, Él transforma la «piedra» de la muerte en «pan» para nosotros. A través de la muerte, se convierte en el pan de la Eucaristía. El homileta tendría que recordar a la asamblea que se alimenta de este pan celeste, que la victoria de Jesús sobre la tentación y sobre la muerte, compartida por medio del Sacramento, transforma sus «corazones de piedra en corazones de carne», como lo prometido por el Señor mediante el profeta, corazones que se esfuerzan en hacer tangible, en sus vidas cotidianas, el amor misericordioso de Dios. De este modo, la fe cristiana puede transformarse en levadura en un mundo hambriento de Dios, y las piedras serán de verdad transformadas en alimento que llene el vivo deseo del corazón humano.
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Primer domingo de Cuaresma.
La tentación de Jesús
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3, 8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
538 Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras de Dios: "No tentarás al Señor tu Dios" (Dt 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).
“No nos dejes caer en la tentación”
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3 - 5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
"Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres … En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado" (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón … Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; Mc 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).
Cristo nos libra del mal
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf Is 53, 4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53, 4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1, 29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora.
La fe es sumisión a Dios, aceptación de Dios, respuesta al mal
142 Por su revelación, "Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía" (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.
143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1, 5; Rm 16, 26).
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.
Dios forma su pueblo sacerdotal por medio de Abrahán y del Éxodo
59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12, 1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17, 5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12, 3 LXX; cf. Ga 3, 8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rm 11, 28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn 11, 52; Jn 10, 16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rm 11, 17-18. 24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.
62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19, 6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28, 10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.
Se diceCredo.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, que dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo.
- Por la Iglesia, para que fortalecida con el pan de la Palabra de Dios, no caiga en la tentación de confiar en poderes y medios extraños a su misión en el mundo. Roguemos al Señor.- Por todos los creyentes que toman en serio la catequesis de adultos: para que crezcan y maduren en la fe. Roguemos al Señor.
- Por los pueblos que, por carencia de medios, no pueden solucionar sus graves problemas, para que encuentren la ayuda fraterna de los países más desarrollados. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, que hemos escuchado «no sólo de pan vive el hombre», para que se nos despierte el hambre de la Palabra de Dios. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro tu Hijo Jesucristo, el nuevo Adán, con su obediencia hasta la muerte de cruz ha merecido para todos el don gratuito del perdón: escucha ahora nuestras súplicas, perdona nuestras culpas y devuélvenos la alegría de tu salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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